Me llamo Paltiel

Me llamo Paltiel, hijo de LayiŠ, de Gal.lim, de la tribu de Benjamín. Pero nadie me llama Paltiel, sino Paltí.

Yo y toda mi hacienda somos de Yahveh, dios de mi pueblo, Israel, el más poderoso de los pueblos gracias a Yahveh, el más poderoso de los dioses, mucho más poderoso que los dioses extraños. Yo y todo mi cuerpo somos de Yahveh. Mis ojos son de Yahveh, así sólo vean lo que Yahveh me enseñe. Mis labios son de Yahveh, así sólo digan lo que Yahveh quiera. Mis oídos son de Yahveh, así sólo oigan lo que Yahveh le diga. Mis manos son de Yahveh, así sólo hagan lo que Yahveh les pida.

Mi mujer, Mikal, es hija de Saúl, que fue ungido de Yahveh y fue mujer de David, hijo de Jesé, un efrateo de Belén, de la tribu de Judá que fue rey de Judá y ahora es rey de Israel.

David, hijo de Jesé, el belemita fue una vez un héroe de Israel, cuya hazaña más destacable fue vencer a un guerrero filisteo llamado Goliat. Tras una de sus muchas matanzas quiso comprar a la hermana mayor de Mikal, Merab, por doscientos prepucios de filisteos, pero el rey Saúl dijo que no le daría a Merab, aunque, si así lo deseaba, podía tomar a la menor de sus hijas, Mikal, mi mujer y David dijo “Así sea”.

Mikal es ahora feliz conmigo. Es feliz por primera vez, porque David nunca la hizo feliz, pues a quien quería era a su hermana y por esto le odió Saúl, el ungido de Yahveh, padre de Mikal y tuvo el belemita que huir de su ira y para escapar amenazó a Mikal con matarla, porque ella quería entregarlo a su padre.

En mi casa no se habla del rey David, no nos es grato. David se casó con otras mujeres y nunca volvió a dirigir palabra a Mikal y por eso Saúl, el ungido de Yahveh me la entregó a mi, porque sabía que yo la haría feliz.



Mikal es el viento que mueve mi molino, el río que me trae peces, la tierra que me da frutos y la simiente que aumenta mi ganado. Odio infinitamente a David y a todo Judá porque uno de ellos la hizo daño y amo infinitamente a Benjamín y a toda su descendencia por haberla dado vida.

Mi casa, que es de Yahveh, está en Gal.lim. Aquí trabajo la tierra y aquí conozco a Mikal cada noche y ambos dormimos dentro o fuera de la casa según nos de Yahveh buen o mal tiempo y aquí caminamos de un lado a otro en nuestros momentos de ocio y descubrimos nuevos lugares e inventamos historias que nos contamos por la noche. Aquí todos los días son iguales y todos los días son una bendición de Yahveh.

Mi pueblo no es grande, pero ni mucho menos pequeño. Todos los vecinos son temerosos de Yahveh y todos los vecinos nos ayudamos entre nosotros cuando tenemos dificultades. Todos me quieren a mi, pero sobre todo, todos quieren a Mikal.

De vez en cuando pasa por Gal.lim algún extranjero y, a veces, somos nosotros, Mikal y yo, los que le damos alojamiento. Hoy veo a dos extraños viniendo hacia mi casa. Vendrán a pedirme casa y alojamiento y reposo para sus monturas y, si son circuncisos, Mikal y yo seremos hospitalarios como Yahveh nos ha ordenado. Los extranjeros aun están lejos, pero el sol sobre sus cuerpos me deja ver que llevan metal. Quizá sean soldados, acaso sean comerciantes. Según se van acercando empiezo a adivinar sus rostros y a vislumbrar armas. Son soldados, dos soldados que por algo estarán aquí. Ya casi están a mi altura.

-¿Es aquí donde vive Mikal, hija de Saúl?

-Aquí vive. Es mi mujer.

-No es tu mujer, es del rey David y quiere que le sea devuelta.



David. Perro David. Yahveh le haga esto y esto otro si se atreve a quitarme a Mikal y le añada también esto si se atreve a tocarla.

-Mi mujer no está aquí, está en el mercado. Id allí a buscarla.

Desde dentro de la casa se oye:

-¿Quién es, Paltí?

-Nadie. No salgas. –Volvime hacia los soldados.- Es hija de Mikal y mía.

-Hazla salir, queremos verla.

-No puede, porque es tullida de pies.

-Entonces entraremos.

-No podéis, porque ahora no está cubierta.

-Entonces entraremos con más motivos.

Pero no hace falta, porque ahora Mikal se asoma.

-Tu hija es muy mayor para ser tu hija. Nos has mentido a nosotros y has mentido al rey. Caerá pena sobre tu pueblo. Ahora ha de venir con nosotros.

Mikal, que lo oye, palidece. Uno de los soldados la mete en una jaula improvisada que arrastran sus monturas y se ponen en marcha. Yo protesto en vano:

-Pero David no la ama. David amaba a su hermana mayor, Merab.

-Mientes, benjaminita. David amaba a Mikal y por eso la quiere de regreso.

-Pero el buen rey Saúl, ungido de Yahveh le quitó a su hija por su indiferencia hacia ella.

-El rey David ha dicho que Saúl le odiaba por envidia de sus hazañas y porque cantaban “Saúl mató sus millares y David sus miríadas” y así ha sido escrito.

-Eso es falso. Incluso la amenazó de muerte cuando huyó al exilio.

-Mikal le ayudó porque estaba enamorada. ¿No es así Mikal? Así se ha escrito.



Pero Mikal no responde, no puede porque no deja de llorar mientras me acaricia a través de los barrotes de su prisión rodante.

-Mikal, mi vida, mi descanso.

Pero Mikal no responde, no puede porque no deja de llorar mientras me acaricia a través de los barrotes de su prisión rodante.

No vuelvo a abrir la boca a Mikal, sólo recuerdo, recuerdo toda mi rutina durante el camino. Recuerdo como la despierto a besos y como la digo: “Buenos días, poema” y recuerdo como comemos juntos y recuerdo como dormimos bajo las estrellas cuando Yahveh nos da buen tiempo y como dormimos, acurrucados bajo nuestras túnicas cuando hace mucho frío.

Recuerdo los hitos de nuestra relación. Recuerdo todo del día en el que Saúl me la entregó, como iba vestida, como olía, cada movimiento y cada palabra. Recuerdo como me habló durante una noche entera y al final confesó que era tan hermoso que sólo quería enamorarme y llevaba intentándolo desde que empezó a hablar. Y cuanto se reía cuando la dije: “Era tuyo con el hola”.

Recuerdo cuando me quedaba dormido entre la pradera de sus ojos o cuando me perdía en el infierno de su pelo y no salía hasta la mañana siguiente.

Recuerdo cada uno de los rituales que hacía cuando se levantaba, como se estiraba, como se vestía y se aseaba, siempre del mismo modo hermoso. Recuerdo cada uno de los guiños, juegos, respuestas que habíamos creado tras tanto tiempo. Recuerdo toda una vida con Mikal y no puedo recordar más atrás del día que la conocí. Es tiempo fútil. Es tiempo antes de que la reconociera sin necesidad de atuendos, antes de que viera sus caderas, o la forma de su vello púbico o la textura de sus pezones, de sus pezones inmensos, casi tan grandes como su pecho, pequeño y turgente.



Te llevan, Mikal. Te me llevan. Los celos que tenía de tus otros amantes, mis celos con el pasado de los que tanto te reías aparecen ahora justificados.

¿Por qué ha de morir hoy el mundo tuyo, el mundo amado, el mundo que no me habría dado Yahveh ni con todo su poder? ¿Por qué pierdo hoy tu pelo, que es tan negro como noche sin luna?

Yahveh, buen Dios, no dejes que estos hombres malditos se lleven las caricias, las sonrisas, las llamadas, las ganas de levantarme y aun más de acostarme, no dejes que se lleven sus gestos, ni su voz ni su cuerpo. Por favor, por favor.

Yahveh, no vuelvas a concederme jamás nada, ni a mi ni a toda mi tribu. Ni siquiera a todo mi pueblo si hace falta, rompe la alianza si hace falta, pero no dejes que Mikal se vaya de mi, no me hagas esto.

Yahveh, te amaré como el más ferviente de tus siervos si dejas a Mikal conmigo, si dejas que mi vida siga el curso que ha seguido desde que conocí a Mikal, Yahveh, seré tu aliado más voluntarioso, pero no te lleves a Mikal con David.

Yahveh, haz esta caricia perpetua, Yahveh, haz lo que sea, hazme lo que sea, pero no dejes que Mikal se vaya de mi. Detén el sol donde está como ya hiciste. Haré lo que sea necesario. Te sacrificaré todo mi ganado, incluso a mi propio hijo si alguna vez lo tengo, pero detén estas monturas y fulmina estos soldados. Castígame a mi, hazme llagas, hazme ciego o sordo o empobréceme.

Yahveh, ¿Por qué no me estás escuchando? ¿Por qué no evitas que se la lleven? ¿Por qué qué no demuestras tu poder bajando tu mano y rompiendo su jaula y fulminando a estos soldados?



Nos acercamos a Bajurim y uno de los soldados lleva tiempo mirándome. Entonces abre su boca y me dice: “Anda, vuélvete”.

Yo paro en seco, con calma, con furia, con vergüenza y espanto, sin una traza de olvido. Mikal se estira para alargar la caricia un instante más, hasta que ya no llega a mi. No deja de llorar, no pronuncia palabra, sólo se lamenta de su suerte maldita. De nuestra suerte maldita.

Los soldados se pierden dentro de Bajurim y con ellos Mikal. Yo doy la vuelta y emprendo el camino a casa, solo esta vez, absolutamente, pues ni Yahveh parece estar conmigo. ¿Qué voy a hacer sin Mikal? ¿Cómo voy a dormir esta noche y la noche que sin Mikal? ¿Para qué voy a dormir esta noche y la noche que sigue sin Mikal?

Maldito sea el rey David. Maldito sea por siempre él y todos los de la tribu de Judá, así sean perseguidos y aniquilados en masa, así sean expulsados de todo lugar, así sean odiados por ser de la tribu de Judá, así se creen máquinas gigantescas sólo para su aniquilación, así no puedan vivir en paz por los siglos de los siglos. Todo el pueblo de Gal.lim odiará por siempre a David.

Maldito sea Yahveh, dios sordo y austero que no se preocupa de sus siervos.

Maldito sea por siempre Yahveh y todo lo que cree. Ojalá Yahveh pueda tener hijos y tenga un hijo y le traicione y tuerza todas sus obras.

Ya no debo nada a Yahveh. Ahora mis ojos me pertenecen y verán lo que tengan delante y mis oídos me pertenecen y oirán lo que tengan alrededor y mis labios me pertenecen y dirán lo que me venga en gana. Así mis manos trabajen según las mande. Así dejen de ser las manos de Yahveh y sean las manos de la tierra.

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