Quiero irme a casa.

Vaya. No encuentro el interruptor. Por más que giro siempre doy a la pared.
Esto es una pesadilla. La pared se mueve y está en todas partes. Pero no despierto por más que abra los ojos. Vaya.

Ahora, me voy a quedar quieto, voy a quitarme el pijama, si lo consigo, que me está costando mucho y a buscar la luz como si estuviera en calma, aunque estoy histérico.

Por la derecha y la izquierda estoy pegado a la pared. Vale. No estoy en mi cama. Claro. Ni siquiera estoy en mi ciudad. Estoy en Tokio, de viaje por mi cumpleaños con mi novia y unos amigos. ¿La habitación del hotel? Por la parte de delante -¿Arriba?- hay otra pared. Estoy apoyado en un lugar algo mullido, pero no mucho. Las paredes son mullidas, pero no mucho. Sigo la forma de las paredes. Por arriba es muy estrecho. Se va agrandando, curvado. Luego las paredes se dirijen la una a la otra, sigo con los pies, pues la pared de delante no me deja flexionarme. No hay duda. Estoy en un ataud. Empujo la tapa. No se mueve. El ataud está cerrado. ¡Maldita sea!. Si estuviera muerto no me intentaría escapar.

Tiene que ser una broma. No recuerdo lo último que hice.

Grito. Nadie contesta. Fuera hay un silencio, nunca mejor dicho, sepulcral. Puedo respirar. Algo es algo. Quizá estén gastándome una broma, o hayan pensado que estoy muerto porque no hayan podido despertarme y esté en el tanatorio. Vendrá alguien, al menos para cuando vayan a enterrarme. Enterrarme. ¿Y si ya estoy enterrado? Coño. Este ha sido el escalofrío más grande que he tenido nunca.

Pedí, bromeando una vez con los amigos -No pensaba... no pienso morirme ahora. No soy joven, ya tengo 25... pero tampoco tengo edad de morirme joder coño-, que si me moría, me enterraran con un portatil conectado a internet para escribir el blog con más audiencia del mundo. No lo han hecho. Puta mierda. Puta mierda. Vuelvo a gritar. Vuelvo a gritar. Nada.

...

Hay un objeto. Lo palpo. ¿Es una Gameboy? Es un móvil. ¡Parece mi móvil!. Lo enciendo. ¡Es mi móvil! Gracias. Gracias Dios gracias gracias. ¡Hay cobertura!. Gracias, gracias gracias gracias gracias gracias.

Tiene una notita en la parte de atrás, donde la batería. La saco, la leo. Es de Lucía. Dice que como nunca me separaba del móvil me entierra con él. Se lo agradeceré con creces. Llamo al 112. Voces en japonés. Llamo a mi madre. No tengo saldo. Llamo a un número al azar, para comunicarme en inglés. Nada. Llamo. Tengo que conseguir hablar con alguien, no puede ser tan difícil. Llamo, llamo... nada nada nada. Otro número. Nada. A mi novia... no tengo saldo. ¡Descuelgan! Gracias Dios gracias gracias por darme esta sangre fría. Es una máquina. Cuelgo. Pruebo otro. Ya no tengo saldo... o eso debe decir la voz en japonés. No tengo saldo. Sólo oigo una voz en japonés. La oigo, una y otra vez, llame donde llame. La batería se acaba junto con el aire... y llamo a más números, sin esperanza, para oir una voz que me hace compañía. La misma voz, las mismas palabras. Seguro que es una chica joven. ¿Cómo será su aspecto? ¿Durará encendido el móvil más que yo? ¿Dónde estará Lucía? ¿Porqué estoy aquí enterrado? mierda, mierda, quiero irme a casa, por favor Dios, por favor, por favor.... pierdo la consciencia. Mi móvil se apaga.