Juan y picamé

Juan y Picamé hacía tiempo que habían roto, pero, como cada domingo, volvían al cine.

Ahora no se sentaban en la primera fila, de los ciegos, sino en otra, también nombrada con un problema físico, que parece que los sanos no van al cine, que es la fila de los mancos.

Al llegar Juan, que siempre llega antes, pide a la taquillera entradas con la misma fórmula: "¿Le quedan entradas para la fila de atrás?"

Al llegar Picamé, de tanto oida que tenía la fórmula, de alguna que otra vez que habían sucumbido a la tentación de sentarse en esa fila, repite la misma fórmula con las mismas palabras y entonación: "¿Le quedan entradas para la fila de atrás?"

Una vez allí, cada uno se sienta en un extremo y se quedan mirándose, ajenos a la película, inmerso cada uno en la mirada del otro, suicidando lágrimas contra la tela del asiento.

Un día, Juan fué al cine con otra mujer. Olvidó a Picamé, que tanto había hecho porque la olvidara.

Picamé, entonces, enfurecida, decidió castigarle muriéndose de pena, sola, en la fila de atrás de una película poco taquillera.

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