Gracias por su visita

Ella me esperaba en el lugar de siempre. La di un beso y la cogí de la mano.

¡Que mano más suave! pensé. No la había apreciado hasta ese momento.

-Quiero hablar contigo, la dije. Vamos a tomarnos un café.

-Vale. ¿Dónde?.

-No sé, al cafetín mismo.

Nos pusimos en marcha. Pasamos por delante de ese Zahara donde nunca entramos juntos y del Sifón, donde entré en cuanto la dejé. El crisol donde la vi pasar en autobús cuando se me cayó la tostada me miró con ojos de pena. Aquella tienda donde me paraba con mi amigo Rael a ver los juguetes y, unos años más tarde, la tienda contigua donde me paraba a ver los discos, acompañaron en la mirada al Crisol.

Giramos a la izquierda antes de llegar al Calderón, dejamos atrás la iglesia de la Antigua, atravesamos Portugalete. Yo pagué los dos cafés, ambos con leche. Ella se sentó de espaldas a la puerta y yo enfrente de ella. Hasta que llegamos la conversación fué insulsa: "Creo que este mes no voy a ir al gimnasio", "El examen de esta mañana no me ha salido del todo bien" etc.

Fuí a abrir la boca, a decir aquellas palabras que tan aprendidas tenía:

"¿Qué hacemos? O esto cambia, o mejor lo dejamos aquí".

Pero ella me pidió preferencia.

-Dejame hablar a mi primero y no me interrumpas, ¿Vale?.

-Vale.

-Mira Uge, lo nuestro no funciona y, a mi, me gusta otro chico,

-¿Pablo?-La interrumpí.

-Sí- Respondió ella mirándome con unos ojos ilusionados que a mi nunca dedicó.

Así que las risas que te echaste cuando leí una pintada en la que ponía "Pablo es imbécil", diciendo que estaba celoso de Pablo no fueron risas benignas y juguetonas..
Así que cuando yo bromeé contigo diciendo que estabas celosa de Vannia y me echaste la bronca por pensar una cosa así, aun sabiendo que no lo pensaba no fué más que una broma cruel.

-Pues bueno... entonces se acabó. ¿Te ha gustado salir conmigo?.

-Sí.

-Entonces, ¿No te arrepientes?.

-No.

Me cambié de asiento, me senté a su lado y la besé y toqué por última vez. Me había afeitado y vestía una camiseta negra. Ella llevaba su camisa roja y una falda. Estaba preciosa.

Salimos, la dije que quizá estuviera un tiempo sin verla en el MSN, porque me hacía daño. Aceptó.

La di un último pico y fuí a casa solo. Ella fue a verle.

"Gracias por su visita", rezaba la servilleta que tenía en el bolsillo.

La doblé de tal manera que lo que quedó escrito fué "Gracias Puta".

Así mejor, pensé, y la arrojé a una papelera.

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