Gabriel y Cristina

Cristina bajó de su espalda. Le dejó esa sensación de incomodidad que se nos queda cuando termina un masaje. Ese anhelo de que no acabe nunca. Gabriel no quería moverse. Había sido un masaje extraordinario, no sabía si tanto por quien se lo había dado como por su manera de darlo. No quería volver a moverse. Estaba tan a gusto que quería dormirse, pero no se perdonaría perder un segundo de su imagen. Estaba feliz.

Apenas abrió los ojos cuando ella se tumbó a su lado, boca abajo, dejando su nariz muy cerca de la de él. Pero no sonreía.

Gabriel se preocupó y borró su sonrisa, pero no dijo nada. Ella estaba seria, muy seria.

De pronto, sin decir palabra, se levantó, bajó la persiana del todo y cerró la puerta, convirtiendo la anterior penumbra en obscuridad absoluta. Entonces empezó a desnudarse.

A Gabriel le pareció que se estaba desnudando, pero no veía nada. Ni una silueta. Nada. Sólo oía.
-¿Qué estás haciendo?
-Callate.
-Me callo.

Volvió a tumbarse en la misma postura en la que estaba hasta que se levantó y no dijo nada. Gabriel no se atrevía a moverse.
Nadie dijo nada.

-Me he desnudado.
-Ya.
-Pensé que te gustaría.
-Me encanta.
-Pero no me toques.
-No sin tu permiso.
-Sólo quiero estar desnuda a tu lado. Pero no que me veas, ni que me toques. No quiero que me sientas, sólo que lo sepas.
-Gracias.

1 comments:

Yayo Salva said...

Estupendo relato. Es una lástima que no escribas más a menudo. Valdría la pena leerte.

Un saludo.